domingo, 31 de octubre de 2010

Eduardo Escobar: sobre el pensamiento y obra de MVLL

Escobar maneja la prosa como el cirujano su escalpelo. Distingue entre el oro  y la filigrana. Su pensamiento político, pudiendo no serlo, es igual de lúcido. No es fortuita su inclinación por Camus, ese gran exorcista del siglo XX.

Camus y Vargas Llosa, por Eduardo Escobar (El Tiempo).


Post relacionados: Mario Vargas Llosa y la izquierda Latinoamericana, por Gustavo Faverón Patriau. Blog: Puente Aéreo.

lunes, 25 de octubre de 2010

William Ospina, los Misfits y la identidad latinoamericana


En este post continuo un diálogo emprendido en el blog cualquiercocismo cuyo post Iguanas y dinosaurios retoma un debate sobre el latinoamericanismo. Tanto Juan Villoro (citado por el autor) como el autor del post ejercen una crítica estética (si se me permite clasificarla) sobre las expresiones de identidad latinoamericana. Mi estilo, de pretensión más sociológica, antes que dar juicios de valor pretende ofrecer luces sobre los diferentes procesos y posibilidades histórico-culturales. La primera parte del diálogo se da en el post ya citado, y en sus comentarios adjuntos. En este post elaboro sobre la propuesta de William Ospina cuya anterior alusión no le hace justicia a su aporte en este tema.

William Ospina nos propone una paleta de mestizaje cultural concebido como diálogo entre tradiciones. Es por ello que al tiempo de inventar, rescatar e interpretar la identidad latinoamericana nos recuerda a los grandes autores de la tradición anglosajona cuando no oriental. Así, su posición no es un fundamentalismo ancestral, delirio que azota ciertas latitudes y cargos politicos. El nos ofrece una modernidad diversa que emana de raíces historicas y en claro contraste con la diversidad de consumo, propia del capitalismo de postguerra. Buscar la identidad no es siempre un movimiento que parte de una ausencia, es tambien un ejercicio de reconocimiento. Para algunos es extravagante buscar ese reconocimiento a través de los siglos y en parte tienen razón, tiene mucho de ficción, pero no hay que subestimar a la historia, el presente es también una mascara que esconde los tentaculos de la historia. Las consecuencias politicas de una apuesta cultural de naturaleza histórica tienen vigencia en la medida en que la actualidad política persevere en las viejas categorias (afro, mestizo, caucásico, latino, proletario). Es cierto que la raza y la geografía siguen determinando muchos aspectos de nuestra realidad política, sin embargo el gradiente actual se encuentra hacia la globalización. Tendencias aparentemente opuestas como el despertar étnico pueden ser parte de la actual implosión de las identidades nacionales que en su camino convergente al individuo pasan ensayando las antiguas formulas politico-culturales. Esto ya ocurrió en los paises desarrollados con el efímero auge de las subculturas urbanas, unidas por el reciclaje de antiguos paradigmas de identidad que han sido paulatinamente desarticulados por la esquizfrenia del capitalismo contemporaneo (cada vez es más fácil pasar de una subcultura a otra, si acaso es necesario, pues ya se encuentran intersectadas).

Post relacionados: Nuestra llegada a la modernidad, por William Ospina (El Espectador); Notas sobre la xenofóbia en México, por Guillermo Fadanelli (Letras Libres); Cuantas identidades tiene usted? Otra medida de libertad, por Daniel Mera Villamizar (Revista Semana).

Imagenes: Obras de Nadín Ospina y Ron English.

sábado, 16 de octubre de 2010

La historia y sus desafios

Esta columna (Orgia? El espectador 15/10/10) de Alberto Donadio es una cachetada a la corrección política. Su actitud frentera pretende llamar las cosas por su nombre. Choca de frente con la convicción de anteponer los valores del pacifismo sobre el discurso político. Su argumento retoma la historia con nombres propios. La matiza con una anectoda, no menos representativa, de la violencia colombiana de mitad de siglo. El autor manifiesta su inconformidad con recrear la historia de la violencia nacional como un encuentro entre dos facciones guerreras. Una historia "políticamente correcta", donde existe un interés conciente por silenciar la naturaleza de dicha violencia; cayendo en absurdos eticos como equiparar la agresión con la legítima defensa.

 Donadio no enfatiza la diferencia entre el derecho a la violencia como legítima defensa (ante a agresiones directas) y el derecho a la violencia como instrumento de emancipación social. Mientras en el primer caso las alternativas rayan en aspiraciones divinas, en la segunda se ofrece la, en ocaciones lenta, pero nunca ausente opción reformista. No caeré en el error de justificar el reformismo sin condicionarlo a la historia pero leo la historia nacional con pesimismo revolucionario y con optimismo reformista. La pregunta es, debemos recordar la violencia con colores politicos? es fácil responder a esta pregunta cuando la historia de la violencia parece respaldar nuestras aspiraciones politicas. Otro es el cantar cuando la historia de la violencia recae sobre nuestra conciencia política. La verdad es que las diferencias politicas no van a esfumarse en el mediano plazo (50 annos no han sido suficientes) y los colombianos aún nos identificamos pasivamente (pre-conciéntemente?) con uno u otro bando de la violencia partidista. Como ayer pudieron ser ellos, mañana podemos ser nosotros, ese es el eterno ciclo de la historia, un ciclo más trágico si es historia armada [1]. El camino al infierno esta lleno de armas y buenas intenciones. También de malas intenciones, por supuesto; pero creame, el otrora 80% de apoyo al presidente Uribe no solo eran malas intenciones. El vernos unidos en la responsabilidad ética (que no siempre penal) de la violencia es tan importante como vernos unidos en la condición de victimas. Solo me atrevo a postular a modo de hipótesis dicha ecuación como camino del posconflicto.

Lecturas relacionadas: Inhumanity is part of humanity, by Zygmunt Bauman (from Gazeta Wyborcza).

[1] Mi obsesión con la violencia armada parece no solo un producto del acontecer nacional pero también parece rayar en la condición de clase (burgesa). La violencia como injusticia social es a menudo más violenta que la misma violencia armada. Es preciso acentuar la conciencia de este límite.

jueves, 7 de octubre de 2010

Después de la tormenta (reflexiones)

No hay que ser uribista para reconocer lo que hizo Uribe por Colombia, basta ser pensante para ver lo que hizo por el Sena, por la sinergía entre el gobierno y las entidades territoriales y un largo etcetera de logros. Tampoco hay que ser antiuribista, basta con ser pensante, para reconocer que hubo extralimitaciones del poder y viejas y cuestionables prácticas políticas. Quizá no siempre somos pensantes, pero siempre que le demos voz al Otro, habrá quién nos recuerde aquello que nos falta para serlo. No soy uribista y sin embargo, creo que lo del AIS fue sobredimensionado. Esas irregularidades no obedecieron tanto a actos malintencionados del ministerio, como a errores del modelo neoliberal. En el caso de los falsos-positivos, lo que le imputo al alto gobierno fue su incapacidad para asumir los costos políticos de un modelo de recompensas que apostó más al materialismo que a la convicción moral. Quizás esa distorsión moral también sea otro producto de la cosmovisión capitalista. No puedo pensar en algo que desmoralice más la tropa que saber que otros soldados se llevan los honores con falsos-positivos. Por eso no entendí a los supuestos defensores de las Fuerzas Armadas queriendo silenciar esa vergüenza nacional. Si no logramos evitar los falsos positivos, que al menos la justicia logre reparar en algo la moral de la tropa, para que se sientan orgullosos del estado que defienden (un estado que no necesita de las indulgencias para ganarse el favor de la tropa).

Ser "pensante" no es cuestión de inteligencia, se trata de pensar por sí mismo. Yo reconozco que hay algo de injusticia en silenciar a aquellos que apoyan el statu quo. La mentalidad militar depende de ese mito en el que se funda el estado moderno. Pero hay suficiente espacio para tomar una posición crítica sin tener que caer en apologias a la anarquía o al poder totalitario. Es un error reducir ese espacio a dos puntos: el bueno y el malo, los patriotas y los apátridas, el sano y el enfermo. Esa es la lógica de la guerra, y es de la guerra de la que queremos escapar. Hay una voz que debe ser alsada cuando la historia parece deshumanizarnos; es la voz de los ciudadanos. No es la razón histórica que enarbolan los políticos, es la ética de nuestro diario vivir; la que entrelaza los miembros de una comunidad. A veces me pregunto, como puedo llegar hasta el punto de desear o considerar justificadas acciones que nunca ejecutaría contra nadie conocido? es el poder de la ficción, es la locura de la historia. Los paquetes ideológicos abundan en odio y escasean en amor. No podemos renunciar a la historia pero podemos humanizar su lectura. Como pues, escapar de las cadenas de la historia? yo me pregunto, por qué la unidad de medida para juzgar la historia deben ser los prohombres? a quién le sirve esa medida? a quién? es hora de que la ironía de la historia llegue (a salvar) al gran público.
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