domingo, 28 de octubre de 2012

Otro suceso sin suceso


He superado mi primer ataque de pánico. Aunque mis vecinos aun no; no los volví a ver desde esa noche. El domingo, justo antes de la madrugada, me levantó un mal sueño. Un examen sin preparar en el colegio de los curas salesianos. ¿Asignatura? ¡Defensa de tesis! Me levanté con el corazón in crescendo. No demoré en el auto-diagnóstico: complicación cardiaca de inminente hospitalización (también conocida como taquicardia ordinaria en círculos menos histéricos). Salté de la cama. Salí al corredor en mi pijama-toalla-sudadera. Ya en el corredor llegó mi primer razonamiento: ¿y el hospital? ¿donde?  Mientras pensaba en ello decidí que no podía ir solo. De repente –así, de repente– descubrí que no tenía a nadie en ese preciso momento y lugar. Pero la precisión era de escala geológica, estaba solo y el corazón se jugaba su última carta para hacérmelo saber. Solo conocía a alguien lo suficiente como para tener guardado su número de celular, pero lo suficiéntemente poco como para saber que ese número ya no estaba en uso. Irme solo en la bici con una complicación cardiaca era un plan que no estaba entre las letras del abecedario. Lo más sensato, por supuesto, era gritar desesperado. Allí estaba en la puerta de la pareja de vietnamitas. Golpeaba la puerta a contrapunto cardiaco. Parecían buenas personas pero esa noche descubrí que no están para uno cuando más los necesitas. Les grite en alemán, en inglés, en español y en desperanto. Ellos dijeron algo en un idioma que no logre reconocer. Por el tono entendí que no volverían a abrir esa puerta sino fuese con las maletas hechas. No tenía tiempo que perder, tomé la bici y me hice a la noche. A la vuelta encontré otra pareja que regresaba de alguna fiesta. Los abordé con la delicadeza de un vietnamita. Ellos me indicaron como llegar al hospital con una expresión que me decía que no lo encontraría fácil. Después de un kilómetro fue la epifanía, me topé con el templo evangélico. Y al otro lado de la calle, mejor aun, el milagro: dos taxistas tomando café. Finalmente llegué a emergencias. El lugar estaba tan desolado que pensé haber llegado por la salida. Viajé en el ascensor siguiendo todas las combinaciones posibles hasta que decidí salir del hospital avergonzado de mí mismo. Fue allí que encontré a alguien en la recepción. Le expliqué mi situación. Ella solo atinó a preguntar por mi pasaporte. Yo le di mi tarjeta del seguro de salud (uno de los pocos momentos en que sé lo que realmente quiere una mujer). En adelante todo fue atención personalizada. Míreme la nariz, respire profundo, perdone mis manos frías, ¿prueba de sangre? No gracias, solo agua. Amanecí en el hospital aunque mis síntomas no indicaban condición de gravedad. De la taquicardia no quedó ni el rastro –¿donde están cuando uno más los necesita?–. Todos mis síntomas eran normales, aparte de un "comportamiento inusual de las glándulas tiroides, el cual amerita un estudio detallado" bajo el auspicio de mi aseguradora. "Esta es una clínica evangélica" me dice Ben, el vecino en el cuarto. Este botón es para subir la cama y este para llamar a la enfermera. "¿Desea quedarse dos días más?" me dice alguien que luce como los doctores de la Tele. Podemos hacerle un seguimiento de 24 horas a su corazón pero tiene ya que ser el lunes porque el domingo no hay equipo. El techo del cuarto es bastante alto. "El edificio es de 1860" me dice Ben, y en el inmenso balcón me señala otro edificio: "ese es de 1920". El balcón tenía sillas Rimax y yo me sentía como en un pabellón de desquiciados (es así como me imagino mi jubilación; ¿acaso puede haber más júbilo que andar en bata exhortando a la batalla?). Pero los únicos desquiciados eran los enfermeros que fumaban como condenados a la resurrección. Ah! si fuese poeta hubiese aceptado pasar el domingo en ese viejo balcón. Mirando los empinados techos carmesí de la Alemania al otro lado del río. Pero no soy poeta, tan solo estoy en el lugar y el momento equivocados. Un examen que aun puedo posponer.

1 comentario:

jomacaro dijo...

...primer aviso, ojala tu mango funcionara como tu cabeza, cuídate juansei!!

...yo también he imaginado mi jubilación en bata, pero como Hugh Hefner!!!

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