sábado, 4 de septiembre de 2010

Progresistas: entre la modernidad y la tradición.

Para bien o para mal, los activistas de movimientos liberales siempre serán víctimas del viejo orden. Nunca ejercerán la libertad con inocencia, siempre serán reaccionarios. Pero se trata de que las generaciones venideras sí puedan serlo. Esto tiene consecuencias concretas como en el debate sobre el reconocimiento legal y político de las comunidades LGBT. Algunos liberales han tildado a estos movimientos de conservadores en cuanto buscan apropiarse de instituciones tradicionales [1]. Yo comparto que estas proyecciones del movimiento liberal no son estrictamente liberales, en tanto no se inscriben en la dialéctica modernidad-tradición, pero no creo que esto implique que son conservadores. Siguiendo la línea de libertad con inocencia, creo que estos movimientos son una forma de progresismo, en tanto desplazan las fronteras sociales –esos derroteros del liberalismo– a otros dominios de la existencia. Es como una forma de colonización. La apuesta progresista es ir cada vez más lejos en el terreno colonizado, en contraste con aquellos que prefieren un terreno de disputa estático. Es importante entender que este dilema no es una apuesta excluyente entre el liberalismo y la tradición. Si bien hay un impulso conservador (conciente o inconsiente) por desliberalizar la sociedad vaciando de contenido el acto de subversión cultural [2], no es esto lo que está en juego en el activismo legalista dentro de las comunidades LGBT. Este dilema es sobre la libertad con inocencia y no va en detrimento del activismo liberal. El problema es que nuestro limitado lenguaje atrapado en el antagonismo liberal-conservador termina por implicarlo. Como ya he dicho, nuevas fronteras han de trazarse los liberales tras los terrenos ganados y cedidos a la nueva tradición.

PD. Quizas sea más preciso hablar de libertad negativa y positiva en reemplazo de libertad con inocencia y transgresora, respectivamente.

[1] Ver p.e. la columna Contra el matrimonio gay, por Héctor Abad Faciolince. O en un tono menos sectario ver Crece el matrimonio gay, por Humberto de la Calle.

[2] Ante esta industria nos debemos oponer con el lenguaje de la cotidianidad, el contra-espectaculo. Para seguir este debate en particular, ver p.e. el ensayo La sexualidad y su sombra, de Ignacio Castro Rey.

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