lunes, 13 de mayo de 2013

Leyenda urbana


Por un tiempo estuve saliendo tarde de la oficina.  Una de esas noches, ya me iba, tiritaba la luz metálica, me perseguía –sensores que yo cedía–.   Fue allí donde se me apareció. Pero al principio no supe que era ella.  Algunos dicen haberla escuchado: su "gracias gracias" circular. No la oí, de otra forma me habría apresurado a salir por la ventana. Es cierto, eso dicen todos y todos caen en su canto –los más dicen que hasta el tiempo se rinde en su regazo–. Yo solo vi a una mujer, más bien posesa, en el cuarto de impresoras; fotocopiaba y fotocopiaba una misma hoja: por anverso y reverso. Alimentaba de remas la impresora y apilaba lo que salía. Se quejaba de la sangre que sus manos cortadas de papel escurrían. Manchaban las hojas, cada copia era distinta.  Quizás por ello en copiar insistía, en algún momento una copia lograría. Ya no sé esta copla a que iba, que solo copia ía. El punto es que yo no supe que era ella, y así transcurrió hasta el tercer día.  Entonces le pregunte que hacía: Copio el mundo –me decía. Yo no atinaba más que a ver… qué digo, su cadencia me atraía. A la quinta noche, le tomé la mano y le dije: –Basta! Basta ya de tonterías.– Ella, carpal en mano retiró mi brazo mientras decía: –No ves que mi nombre es Atlas, y la realidad sostengo cada día.

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