sábado, 16 de octubre de 2010

La historia y sus desafios

Esta columna (Orgia? El espectador 15/10/10) de Alberto Donadio es una cachetada a la corrección política. Su actitud frentera pretende llamar las cosas por su nombre. Choca de frente con la convicción de anteponer los valores del pacifismo sobre el discurso político. Su argumento retoma la historia con nombres propios. La matiza con una anectoda, no menos representativa, de la violencia colombiana de mitad de siglo. El autor manifiesta su inconformidad con recrear la historia de la violencia nacional como un encuentro entre dos facciones guerreras. Una historia "políticamente correcta", donde existe un interés conciente por silenciar la naturaleza de dicha violencia; cayendo en absurdos eticos como equiparar la agresión con la legítima defensa.

 Donadio no enfatiza la diferencia entre el derecho a la violencia como legítima defensa (ante a agresiones directas) y el derecho a la violencia como instrumento de emancipación social. Mientras en el primer caso las alternativas rayan en aspiraciones divinas, en la segunda se ofrece la, en ocaciones lenta, pero nunca ausente opción reformista. No caeré en el error de justificar el reformismo sin condicionarlo a la historia pero leo la historia nacional con pesimismo revolucionario y con optimismo reformista. La pregunta es, debemos recordar la violencia con colores politicos? es fácil responder a esta pregunta cuando la historia de la violencia parece respaldar nuestras aspiraciones politicas. Otro es el cantar cuando la historia de la violencia recae sobre nuestra conciencia política. La verdad es que las diferencias politicas no van a esfumarse en el mediano plazo (50 annos no han sido suficientes) y los colombianos aún nos identificamos pasivamente (pre-conciéntemente?) con uno u otro bando de la violencia partidista. Como ayer pudieron ser ellos, mañana podemos ser nosotros, ese es el eterno ciclo de la historia, un ciclo más trágico si es historia armada [1]. El camino al infierno esta lleno de armas y buenas intenciones. También de malas intenciones, por supuesto; pero creame, el otrora 80% de apoyo al presidente Uribe no solo eran malas intenciones. El vernos unidos en la responsabilidad ética (que no siempre penal) de la violencia es tan importante como vernos unidos en la condición de victimas. Solo me atrevo a postular a modo de hipótesis dicha ecuación como camino del posconflicto.

Lecturas relacionadas: Inhumanity is part of humanity, by Zygmunt Bauman (from Gazeta Wyborcza).

[1] Mi obsesión con la violencia armada parece no solo un producto del acontecer nacional pero también parece rayar en la condición de clase (burgesa). La violencia como injusticia social es a menudo más violenta que la misma violencia armada. Es preciso acentuar la conciencia de este límite.

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