martes, 19 de marzo de 2013

El caudillismo y su contexto


El siguiente es un ejercicio de exploración argumentativa (o demagogia) para el autor. No está de más decirlo, esto no implica que deba ser así interpretado por el lector.

Al caudillismo popular latinoamericano se le denuncia como farsa y anacronismo, como expresión tropical del fascismo europeo [1]. Esta crítica tiene representantes notables en Enrique Krauze y Mario Vargas Llosa, intelectuales cuyos núcleos de influencia no son las clases populares –las cuales no necesitan argumentos para su sentimiento– sino los circuitos académicos donde se educa a la influyente clase tecnócrata. Vale preguntarnos, ¿Anacronismos de qué historia? ¿Hasta qué punto la historia latinoamericana se inscribe dentro de la europea como para que la acusación tenga sentido? Se podrían discutir los precedentes estéticos, religiosos y académicos, pero nuestra realidad política se asemeja más al medioevo europeo. Es bajo esta hipótesis que vale analizar y proyectar al caudillismo popular latinoamericano; interpretarlo como irrupción republicana y modernidad Bonapartista. Se trata de subvertir el orden neo-colonial, encarnación moderna del régimen aristocrático, y de inventar la modernidad en oposición a esa modernidad anglosajona que encarna ya a la tradición hegemónica. Es por ello que el recurso a la figura de un Bolivar inspirado en las hazañas napoleónicas ofrece algo más que un ícono, es un marco histórico de ubicación y proyección.

[1] El mismo desarraigo de la cultura epistémica en el latinoamericano hace que el caudillismo sea más demagógico que fascista.

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